El baile me enseñó a soñar con un escenario, con un momento, con un lugar para expresarnos. Me enseñó a llorar y frustrarme con un simple error sobre el resultado final, costando caro todo ensayo que falte, a desear por encima de todo un traje y a festejar cada logro con un paso novedoso. Me enseñó a valorar cada paso, cada palabra, cada decepción y seguir adelante aún cuando las fuerzas flaquean y no puedo ni con el peso de mi cuerpo.
El baile me enseñó a tocar el cielo con las manos, a mantenerme de pie y a moverme como pez en el agua cada vez que tengo que tengo que llevar a cabo una actuación. Gracias a él, encontré amigos y valores irreemplazables, me formó como persona, formó mi camino y me hizo valorar cada segundo de mi vida como si fuera el último. Me enseñó a caer y levantarme, intentarlo y volverlo a hacer continuamente incluso cuando el fracaso está mirándome de cerca.
Me hizo luchar por lo que quiero, afrontar mis problemas y buscar otras formas de ser feliz, dejando el cuerpo y alma en hacerlo y luchar hasta el final. Me enseñó a sentir la música en mi ser y necesitarla cada minuto para ser feliz.
El baile me enseñó a vivir...
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