lunes, 23 de abril de 2012

¡¡¡ HALA MADRID !!!

Siempre acabo diciendo HALA MADRID, bien sea para lamentar una derrota o para celebrar una victoria, pero esta vez con mucha más razón ya que ganar al eterno rival siempre es motivo de alegría. El partido del sábado no era simplemente un motivo para salvar puntos, recortar distancias ni ganar un título, era más que eso porque un clásico siempre es un clásico, significa honor, orgullo y sentimiento.


Esta ocasión fue la propicia para demostrar que el Barcelona no es invencible, ya se había visto en la final de Copa del año pasado y en otras muchas que acabaron en empate. La del sábado fue muy especial, por lo menos para mí, ya que en el Camp Nou las victorias son mucho más amargas para ellos, se les hizo el partido demasiado cuesta arriba y la alegría del empate les duró menos de 3 minutos, los que le bastaron a Cristiano Ronaldo para marcar un perfecto tanto que bien vale una liga y cabrea a los cientos de aficionados que le jaleaban desagradablemente, que mala es la envidia una vez más. El portugués y su gesto de relax me recordó una vez más al ya memorable gesto de Raúl cuando mandó callar a todo el público catalán.


Cabe destacar que el Madrid estuvo erróneo en algunas jugadas y sus rivales poco acertados a la hora de rematar. El Barcelona en la segunda parte tiraron de artillería mala (patadas, golpes, empujones...) y de teatro para ver si así podían convencer al árbitro y conseguir un penalti, vamos lo que ocurre todos los partidos. El mayor número de incidencias cayó en saco blanco que acabó con un número mayor de tarjetas amarillas pero con el resultado a su favor, con una merecidísima victoria que demuestra una vez más el valor de sus jugadores y del entrenador que les lidera.


Tras el pitido final todos los que veíamos el partido nos levantamos y empezamos a cantar y saltar como si el trofeo liguero ya estuviera en nuestras manos. Nos fundimos en un caluroso abrazo, por turnos obviamente, y las trompetas empezaron a sonar. Unos cuantos locos se quitaron la camiseta, en ese momento yo no podía parar de reírme, otros tiraban cohetes en las calles para celebrar el triunfo y los más despistados pasaban al bar a preguntar qué había pasado. Los gritos, cánticos y bailes extravagantes no pararon hasta bien entrada la madrugada, no quiero ni imaginar si en un pueblo pequeño estábamos así de eufóricos como estarían en Cibeles.

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